Escritor y la mágica sensación.
La mágica sensación que produce el papel en blanco, el vacío; ideas sin dueño, libres que no quieren sino seguir siéndolo y que se entremezclan con el viento para hacer que el escritor sea capaz de llamar su atención. Y engañarlas; engañarlas para conseguir tenerlas encarceladas entre los barrotes que suponen la pluma y la tinta. Esa sensación que produce el conocimiento, deseoso de ser transmitido, que paradójicamente se entrelaza con el desconocimiento de no saber cómo comenzar; cómo darle el pistoletazo de salida a todos esos vagos sentimientos que deambulan desde hace tiempo en la propia mente. Y es escribiendo, de la única manera de la que ese manantial de musas adquieren su finalidad intrínseca; el ser liberadas...
Quizás lo fácil sea eso, liberar. El problema proviene de la desilusión que produce este hecho, pues dicha libertad no concibe ningún orden preestablecido, y es aquí donde las musas muestran su lado oscuro. Sin embargo el encanto del escritor reside en saber de nuevo encauzarlas por un sendero que él mismo desconoce. Esta capacidad, es denominada “creatividad”, capacidad de crear no siendo creador, sino creativo a la hora de transmitir sus entes mentales ya natos. De este modo, evita ser creador... se limita más bien a ser un simple comunicador entre un punto de vista más profundo de todo lo que le concierne, y un receptor que a veces desconoce el propio propósito del texto.
Pero, el comunicador; ¿qué fruto obtiene? Es complicado obtener respuesta alguna sin ser objetivo; pero para alguien que no pertenezca al gremio sería aún más
difícil ser conciso en su investigación acerca de esta inquietante cuestión. Por otro lado deberíamos diferenciar el fruto obtenido, del buscado, pues no siempre se identifican. Incluso para mí, es difícil definirme en un solo ámbito; hay ocasiones en las que disfruto escribiendo algún texto lleno de sentimiento, como si nadie lo fuese a leer nunca acerca de otras personas (aunque siempre acaben leyéndolo); otras en las que me gusta divagar acerca de abstracciones como la justicia, la bondad o la amistad; incluso escribir sin más propósito que el de relajarme o desahogarme.
Tras repasarme literariamente en estos aspectos, creo que una de las mejores respuestas a nuestra pregunta puede ser que todo escritor encuentra cierto apoyo moral en la escritura; así como un cúmulo de sensaciones que entremezclan la satisfacción de crear, no siendo un creador, algo lleno de sentido; el desahogo de un papel que escucha sin interrumpir, y que a su vez no siempre da la razón; y por último la incertidumbre de desconocer si alguien apreciará tus musas tanto como tú, a las que diste rienda suelta en tu corazón para que aflorasen las más profundas palabras; embelleciendo el texto, tu texto.
Pero todos esos frutos no son siquiera apreciados en su más pleno sentido; sino que se acercan rozando el alma de quien escribe y haciendo que perciba la fantasmagórica sensación de haber encontrado salida a su visión del ser; cuando en realidad es todo una ilusión que lo embadurna de falsas esperanzas de algo que ni siquiera está a su alcance. Ese apoyo moral, entonces, no se convierte sino en una ilusión, que efímeramente hace confundir sentimientos de aflicción y satisfacción. Y es entonces donde encontramos la valentía del escritor, que armándose de su pluma y utópicos deseos, se enfrenta al más feroz de los enemigos: el “Yo”.
Pues no hay peor enemigo que uno mismo; nadie puede herirte en tan plenos aspectos como tú mismo. Es un Yo común a ti, cercano, que puede llegar a desgarrarte sin piedad los más mínimos retales de fortaleza que queden en tu ser; él te conoce, te acompaña, es tu mayor confidente y el que se encarga de atormentarte cuando no tienes a nadie más que a él. Lo temes y respetas; incluso lo intentas evitar pero siempre está y estará ahí para recordarte quién eres, y lo que es lo peor: quién te gustaría ser.
Este enemigo, difícil de combatir es aliado del papel en el que se desarrolla la batalla entre este, tu desdoblamiento, y tú. Dura batalla que muchas veces se pierde, y que aquellas en las que se gana recompensa de tal manera a tu existencia, que no te importaría repetir las miles de batallas perdidas si así consiguieses volver a sentir la sensación de ganar una sola. El escritor toma la iniciativa, y lucha en contra de fantasmas del pasado, heridas abiertas aún en el tiempo, y tantas otras marcas de vida que limitan la inocencia del ser recién nacido. Esta toma de iniciativa, valerosa y tenaz, no pierde peligrosidad; pues el riesgo de ceder ante ese “Yo” implicaría la caída más absoluta en el infierno de la desesperación. Sin embargo, el escritor es fuerte...
Pueda parecer trágica, esta visión de la escritura; pero el propósito es hacer constatar que no sólo se necesita papel y pluma para entrar en la batalla, sino mucho valor y lo que es más importante: un enemigo de altura; pues no sirve un “Yo” no descubierto, vacío y llano. Es necesario un “Yo” perspicaz y por supuesto trascendente en lo que refiere a la visión de la realidad. En otras palabras; una persona que no sufre, no puede plantearse el “por qué” de su agonía, se necesita vivir en su más pleno sentido para poder trascender existencialmente.
Aquí es donde entra en juego el trasfondo, o “background” del escritor, ya que no está solo ante la batalla. Como diría Ortega; se deben tener en cuenta sus circunstancias para poder llegar a entender su mentalidad y su “Yo” completamente.
Listemos ahora lo que serían las circunstancias de nuestro escritor. Sin duda, dentro de éstas, desfilarían la familia, las amistades, las arrugas temporales causadas por la experiencia de vida (que calificaremos de “pasado”); en fin todo aquello que “circunstancia” y perfila una vida. Y digo perfila, pues yo entiendo que las circunstancias afectan a cada uno en cierta medida, pero no bastan para definir ni construir lo que supone la persona, sino caracterizar ciertos aspectos. Lo ajeno a uno no implica cambio interior de la persona, sino exterior; es decir, transformación de ciertas formas de exteriorizar lo interior: “Una muerte puede afectar a una persona de diferentes maneras, pero nunca podrá matar sino al que la sufre directamente”.
Comencemos con la familia; grupo temporalmente eterno que rodea al escritor durante todo su paso a nuestro lado. Lazos incombustibles que a veces se ven turbados por expectativas no cubiertas. Y es que la familia, no es escogida, y algo tan aleatorio que interrelaciona a diferentes personas puede llegar a convertirse desde el mejor regazo hasta la más dura cárcel. Esta circunstancia es la que hace de la familia un pilar básico en lo que suponen las costumbres, raíces del que no siempre acaba de entenderlas, seguirlas o incluso aceptarlas. Otro punto de vista más duro de este grupo, puede ser el comprenderlo como las primeras personas que un escritor se encuentra en su camino y que, queriéndolas, no entienden su rebeldía ante ciertas circunstancias pues no pueden llegar a comprender la visión de éste en su vivir. Supone entonces la primera barrera que se encuentra, y pone a prueba la perseverancia del escritor en la defensa de unos ideales que ninguna circunstancia ha invocado en su alma. Es entonces donde comienza a sentirse diferente, a verse diferente, y por tanto a ser acusado de ello. Y el sentirse distinto dentro de éste primer grupo, le hace comprender la magnitud de su don; que percibe aun de defecto. Quizás para un escritor, este grupo suponga un ligero paso por una corta etapa de su vida; pero para otros puede llegar a marcar de tal modo, que puede hasta hacer sentirse mal. Comprendamos entonces que supone de importancia a la hora de considerar las circunstancias de un escritor y a fin de cuentas, de toda persona.
Aquí, decido acabar "mi" texto, y lo decido acabar pues el resto es algo tan sumamente receptivo a subjetividades que aconsejo descubrir a cada uno por propia iniciativa si es que tiene el suficiente "valor" para enfrentarse a la "batalla".
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