Quedó paralizado mirando la calzada donde cada coche, bus, moto o bici aplasta su peso. No te engañes, el asfalto sigue ajado, sigue resquebrajado, pero sigue ahí. Inmóvil por su condena, estéril por su destrozo, útil por su tristeza.
Sintió un pinchazo en el pecho y un hormigueo que le recorrió el abdomen acabando en un frío muerto en su garganta. Muerta por no decir lo que no quiso, por no ser fiel a su dicotomía, a su ciclotimia acostumbrada a un constante vaivén.
Hoy la tristeza lo invade, corre por sus arterias, se bombea y llena esa sesera cansada, harta de emitir hormonas inútiles que nada palían, que nada curan, que nada, nada.
Hoy las fuerzas abandonan, sin mirar atrás al que tanto esfuerzo costó contenerlas. A ese que queda tendido en el asfalto mientras hormonas motorizadas, tristezas en camiones y miedos en bicicleta pasean ajenos a la destrucción de lo que una vez fue.
Rabia.
Comentarios
Publicar un comentario