Hay mil razones. Razones que empujan, aceleran y dan vértigo. Razones que sin explicación te llevan a un vacío inexorable y te exigen paciencia con promesas igual de vacías. Razones para motivar el esfuerzo, justificar el dolor y rendirte. Razones que te regalan un abrazo y tranquilizan tu respiración cuando todo parece perdido.
Mis razones son muchas, tantas como tantos que no las comprenden, como tantos que las desconocen, como tontos que las subestiman. Me llevan a mil y un sitios inexplorados, de caza, de viaje, de cervezas… Mis razones me generan sonrisas y tranquilidad cuando algo se pierde en el tiempo.
Tus razones te prohíben a menudo. Te devuelven al mismo punto de partida, coloreando de falsa tranquilidad estática la zona de confort. No te empujan, frenan. No te llevan, te estancan. No te motivan, te generan miedos. Ni te abrazan, les eres indiferente.
Hay veces en que tus razones y las mías se complementan. Veces en las que luchan desprovistas de toda misericordia y se descarnan salvajemente. Esas veces, me quedo sin razones y, desprovisto de motivación me rindo ante tu desnudez tímida y ajada.
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