Añoro

Estoy seguro de que no seré el primero que diga que hay mucho por aprender. Hay lecciones que, como coleccionables, se van acumulando en la mochila que todos tenemos asignada.

Mi mochila es verde, intenso y salvaje verde. Ya está vieja, pero es la mía, no sabe colgarse de ningún otro hombro. Tiene cremalleras para que no se me caiga su contenido, pero algunas ya están viejas y para abrirlas necesito ayuda.

Justo se está llenando de algo que creí haber metido hace tiempo, pero con esta dichosa mochila ya ni yo mismo sé. Se llena de vacío, de denso y amargo vacío. Un vacío desconocido que lastra y casi tiene presencia. Un vacío que añora y busca desesperado su antimateria, su némesis.

Aún no sé para qué servirá este elemento, me atrae y me capta con fuerza. Me absorbe y me distrae. Me intriga.

Creo que debo disfrutarlo, y que sólo así encontrará la paz mientras devora con ansia todo espacio restante de mi mochila. Disfrutar un vacío sin llenarlo es un reto al que nunca me había enfrentado antes. Suena a paradoja disfrutar de algo que no está, que falta y que espera volver.

Quizá tenga que mirar la forma que toma, y disfrutar de su manera de compensar esa materia. Esa némesis  que guarda para volver en su justo momento y así encajar de la forma más maravillosa que algo puede encajar en mi vieja mochila.

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