La conquista

La conquista no consiste en llegar a terreno despoblado, clavar el mástil e izar tu bandera. La conquista tampoco es arrasar la vegetación, usarla para construir tu nueva morada, quemarla para calentarte y alimentarte de su fauna. Tampoco consiste en darle un nombre o comerciar poniéndole precio a cada elemento que lo compone.

La conquista es asombrarse de cada rincón inhóspito del lugar. Llegar a disfrutar de los elementos puestos en su orden natural, del trozo de cielo que ilumina cada rincón y que es diferente al de otros lugares. Es cobijarte en sus entradas de roca, decorándolos con tus propios elementos y haciendo del lugar un sitio acogedor tanto para el terreno como para ti, conquistador.

La conquista es respetar los parajes inaccesibles a los que sólo la fauna del propio lugar debe acceder y a la vez maravillarse por los ríos y fuentes que emanan de las profundidades de dichos parajes.

La conquista es dejar al otro ser lo que es, permitirle asombrarte con el paso del tiempo y maravillarte de que consienta que lo habites con el más acogedor de los abrazos alguna vez imaginados.

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