Hace tiempo escribí una carta que de vez en cuando releo con mucho cariño. Esa carta la escribía mi yo presente a mi yo futuro, o al revés, pues a veces esos yoes se confunden. El yo futuro de aquel entonces es ahora mi yo presente; y mi yo futuro ahora será otra persona diferente aunque con muchos factores comunes. Factores comunes que hoy intento organizar, como cuando uno pone paréntesis para organizar la ecuación y discernir lo que queda, lo extra y lo que ‘se va’, como solemos hacer muchos que nos dedicamos a alguna parte de las matemáticas. En aquella carta, un yo herido y débil ofrecía el mayor de los regalos que uno mismo puede hacerse: el cariño y la comprensión. Porque todo gira entorno a eso.
Hoy la situación el algo diferente, pero como factor común me encuentro con algunas herramientas que han sido talladas bajo entornos hostiles, en situaciones de riesgo, de aventura, fuera de mi zona de confort. Encuentro a un yo expectante, uno que tiene sus cinco sentidos puestos en sí mismo, en lo que le ocurre, en lo que le invade y acecha. Hoy se confunden emociones oscuras y suaves, viscosas que se adhieren a la piel en determinadas situaciones, aún desconocidas. Y de nuevo el negro, un oscuro y despiadado negro.Hoy hay miedos nuevos, jóvenes preparados para morder furtivamente aquellas zonas blandas e íntimas. Miedos que gestionar y reorganizar. Y es que si algo tenemos en común todos nosotros es ese conjunto de ‘y si’. Y es que muchos nos dejamos llevar por el camino, cómodo y cálido, del futurible, del potencialismo y nos contentamos con un ‘ya pasará’. Lo realmente interesante en este tipo de vivencias, desde mi punto de vista, es esa gran oportunidad de crecimiento, de soledad generosa y llena de nosotros mismos. Entendería patológico pensar que uno mismo es excelente, que sabe todo de sí mismo, que se conoce perfectamente. Y es que en determinadas situaciones, o en casi todas, cuando algo nos fuerza a entrar en un ciclo de introspección es fácil partir del que uno ya se conoce y avanzar desde ahí para pasar el mal trago.
¿Y si no te conoces tan bien como crees? ¿Y si ese punto de partida no es el adecuado, o simplemente no es el óptimo? ¿Y si damos un paso atrás, aprovechando esa inercia a lo negro, y esas emociones? Firmemente creo que es el momento de avanzar en dirección opuesta, de dejarnos de chorradas de ‘ya pasará’ y ‘todo irá bien’ y volver al origen de uno mismo. De reconocerse en la debilidad y en el miedo, de identificar defectos y taras. De listarlas, analizarlas, organizarlas o incluso quererlas y mimarlas. Pero todo esto necesita de mucho cariño, de mucho tacto y de mucha paciencia. Hay que entender, como entendemos a los que queremos y admiramos, que no todo es sencillo, ni blanco ni negro. Que somos humanos, y que nos equivocamos. Y que ese yo que grita desgarrado ‘sácame de aquí’, lo que más necesita es cariño para entender que debe ‘entrar ahí’. Tiene que cruzar ese umbral y quererse desnudo, como sólo él sabe hacer. Y desde ahí, desde ese cariño sincero y con paciencia, crecerse en sus miedos, y quererlos suyos. Admirar cómo uno mismo es capaz de perderle el miedo a sí mismo. Porque cuando uno se acomoda en sus miedos, y no los vence, sino los entiende y comprende, es cuando uno está preparado para tomar las decisiones que mejor nos convengan. Entonces habrá encontrado el punto de partida. Y entonces comenzará de nuevo su camino.
Aprendo.
Cuando uno parte de esa retaguardia, y avanza hacia el verdadero enfrentamiento con lo que ‘ahora’ ocurre, es cuando recupera herramientas, se mima y no se juzga. De esta manera alcanza la visión del problema desde otro paradigma. El suyo propio. ¿Y quién mejor que uno mismo, en plena confianza de sus virtudes y con un amplio conocimiento de sí mismo, es el que está preparado para enfrentarse a lo novedoso y a lo nuevo?. A mirar con el mismo cariño al otro y comprenderlo de forma sincera. A evitar clichés estúpidos de películas rancias como el odio, el rencor y el despecho. No. Cuando uno sale de sí mismo habiéndose mimado, habiendo tenido paciencia y habiéndose querido no caben en ese tipo de emociones.
Hoy pienso que no hay un ‘quien me hizo daño’, no existe una ‘maldad’ escondida. No hay un ‘error’ de nuevo. Hoy hay un nuevo cuadro, de colores más oscuros, pero de una belleza impresionante. De un sentimiento abrumador. Hay un otro dolido, confuso y coaccionado. Hoy, más si cabe, lo quiero de forma sincera. Lo admiro y lo comprendo. Y la empatía me invade, y hago mío su sufrimiento. No es más que otro ser humano que quiere que todo pase, que lucha incansable por salir victorioso. Y deseo que ‘todo pase’, que venza esa pared maldita, y entre en su yo más profundo y bello. Que se admire al ver lo que yo ya he visto, a querer esos defectos que me enamoraron. Porque allí dentro, donde a veces me dejaba echar un ojo, hay un yo perdido, forzado a caminar descalzo. Y entrará agachado, entrará vencido y derrotado, porque con ese yo no funcionan egos. Ese yo requiere paciencia y cariño, demanda abrazos que sólo pueden venir de uno mismo. Hoy esa persona no me deja de lado. Me pide espacio en el que quererse y admirarse, porque ahí no caben más que uno con sus miedos, y no funciona más que el cariño propio. Hoy, en la distancia, te sueño sano. Te comprendo y admiro. ‘Todo pasa’, eso ya lo sabes. Pero no tiene por qué pasar sin haberte atrevido a darte un abrazo.
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