Siempre se describe el cuento como el príncipe a caballo, salvando a la princesa de algún mal impuesto o provocado por un tercero. Un tercero que siempre es malvado, y cuyo objetivo no es otro que hacer daño, da igual la razón.
Algunos ingeniosos, le dieron una vuelta más de tuerca, humanizando a ese «evil», dotándolo de un pasado que diera pie a comprender el por qué de su malvado plan, a menudo venganza. Pero curiosamente había un segundo malvado detrás, al que echarle la culpa de la cadena de maldades que sólo pudo romper el amor verdadero.Pero aquí viene el propio ser humano, que tras siglos de historia simplificada no quiere ver su propio cuento. Un cuento en el que no hay príncipes, sino personas. Cuya infancia ni pasado son maravillosos, sino llenos de todo tipo de experiencias. No hay rescate, sino lucha de egos. No hay torres, sino miedos. No hay caballo sino experiencia. Y lo más importante: No hay ni malos, ni son terceros, ni hay cadena ni venganza.
Lo que hay son dragones propios, heredados de la experiencia que no sólo deja recursos sino también heridas. No existen los terceros ni cadenas de venganza sino procesos y aprendizaje.
¿De verdad, princesa, es tan importante como para sentirte única y especial que el príncipe mate a un dragón impuesto por un tercero y externo?
Personalmente, prefiero un príncipe que tenga el valor suficiente para enfrentarse a él mismo (su dragón de muerte) para agradarme. Que le merezca la pena esa lucha y que la enfrente. Quizá muera en esa torre esperando a que todo amaine, pero al menos mientras, seré la princesa más valorada y afortunada de todas las torres. Y sea cuando decida luchar por salir de la torre y animar a ese príncipe hasta que algún nuevo dragón, tanto suyo como mío, nos ataque.
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