De Luchas e Indecentes
Cuando me pides recato,
tú, el “decente”,
me pides que me hiera
con descaro.
Me pides que traslade,
tú, la víctima,
nuestro combate a mis entrañas,
y me atraviese con él el alma.
Falazmente me hostigas
para que intercambie tu hostilidad
por mi miedo,
fabricado,
en constante expansión
en mis adentros.
Y estrechas tus manos (l)impias
en mis pilares.
Me inyectas tu regla por la nuca,
allí donde mis ojos no alcanzan
para luego
desde tu pedestal de moral
señalar gritando muy bajito
¡indigno!
Y yo quedo fatal
infinitamente herido
sin descanso y asediado.
Cedí cambiando el terreno de combate,
pero olvidé mi objetivo.
Esta intrusa disonancia,
será mi eterna derrota.
Tú, homúnculo
me zampas
te dilatas
me exorcizas de mí mismo
y transmutas hasta estremecer
mis tripas.
Yo me escondo
de mí mismo y
tú, triunfante,
gritas en tercera persona
¡decencia!
Y yo, empachado y ahíto
recuerdo.
Soy un feliz indecente.
Algo que no merece
tu respeto.
Mis actos te violentan
y mis palabras te sangran
los oídos.
Soy, al fin,
¡indigno!
Y hurgo con malicia
tus asaduras,
¡secas!
de tan poco uso
pues a ti, “luchador”,
nadie te las muerde
¡privilegiado de mierda!
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