Dualidades
Traicionan las cariátides contándome
que existe una canción perfecta.
Una canción pretérita
y primal.
Una canción primordial,
primigenia.
Esta es la dualidad de la rebeldía:
traición y sabiduría.
Dicen, alevosas, que se puede oír muy suave
palpitando en el hilo umbilico-musical que nos comparte
a todos bajo la misma
Era.
Esta canción puede albergar miles de millones de letras,
de lenguas y esputos.
Huele a café,
sabe como los abrazos prolongados y las cosquillas
y tiene el tacto de todas las cosas
buenas.
La reconocerás cuando calles
cuando sientas que estás donde debes.
Sus notas te invitarán a cerrar postigos
durante dos parpadeos de aire y
una ligera inclinación de beso
dibujará a Buda en tu cara.
Esta es la dualidad del desarraigo:
inmovilidad y melodía.
Canción no puede atraparse
en pentagramas,
ni en surcos vinílicos
ni letras.
Pervive como un virus,
sin vida.
Se reproduce porque es pegadiza y
cuando atraviesa a algún ser animado,
dispuesto y despistado,
le hará temblar el cuerpo
desde la cofia al cielo.
Cuando un huésped se encuentra con otro potencial recipiente
y sus dos almas tienen suerte
y se miran a los ojos, Canción
¡pum!
detona
en estribillo y,
milenaria, contagia.
Hace no mucho, durante otra pandemia
no crónica,
Canción pudo escucharse por las calles de las ciudades quietas.
Se formó un coro cuando antepusimos “de” a tener
y afinamos los olvidados sentidos.
Los árboles, inoculados, la susurraban
a los pájaros en reconquista
y a las estrellas, que en relumbre, se deshacían
en navi(vani)dades porque,
miradas.
Hoy, Canción se mantiene latente
en el azar,
en la disposición y
en el ronroneo de algún gato
negro que entregue la panza.
Esta es la dualidad de la resistencia:
dolor y armonía.
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