Este no es el cerebro,
ni la ansiedad, dicen tus parpadeos
mientras se te apagan las velas de mi recuerdo.
La mentira se dispara por unos dedos
africanos hijos del fascismo materno
y antiguos miedos paternos.
Y caigo en un infinito rosario
mil letanías me encalan por dentro
lo que ella pintaba con colores enfermos.
Agarro un pomo de espinos ajenos
y salto
y me deslizo
en el aire
y cambio
de planos
erectos
y observo.
Un rollo de papel plateado
te seca el sudor impuesto
y el amor de abuela se cuela
entre dos incisivos que heredo.
Y me dices
tranquilo
te entiendo
Nos quisieron las mismas manos de huesos
santos que lentas rebanadas tostaron
y esa lumbre nos abraza
por dentro
cosida en los bastidores de amor
muy lento
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